lunes, 10 de enero de 2011

Ambiente.

Hace tanto tiempo que no veo un día gris, que me costará reconocerlo cuando lo contemple cara a cara. Cuando digo un día gris, hago referencia a esos reojos de calendario donde los espejos devuelven malas caras, la cama te ata como candado de seguridad, aunque sólo sea por comodidad y no por las ganas de estar atado. Un día de esos, donde el sol hace las maletas y se va de viaje, microviaje, y deja paso a la invasión de la plaga de nubes cual fiesta infantil. Aquí no existen, como mucho, y ya es pedir, un día mal pintado, pero no gris. Los hay rojos, azules, verdes, amarillos, negros, sobretodo negros, pero no el dicho, que se perdió como figuras de hielo entre caminos de cenizas.
A la menor semejanza existente, ahora se le atribuye el mérito y derecho de día gris, épocas donde el sol quema la cara y el frío vive en la nevera, y el agua que cae no diluye ni algunos ligeros problemas como los mosquitos de la ventana.
Gran equivocación ésta, a falta de gris, se le apropia el nombre propio, y la categoría a otro color, otro color con el cual no comparten ni letras similares, sólo algunas horas.
En el tiempo que el ser humano, y no las personas porque ya lo están, se halle en peligro de extinción, dirán que los chimpancés son humanos, como continúen manteniendo algo muerto en lo que creer.