miércoles, 4 de mayo de 2011

Tentempié anual.

Veinte el veinte. Nunca había pensado en escribir sobre algo tan efímero, a parte del hecho de escribir, que se pierden las palabras con las horas, como un zumo de naranja las vitaminas. ¿Cuenta atrás?, todo lo contrario, a contrarreloj. No me paro a reflexionar en lo que queda, más bien en lo que viene, que será peor. Noches más cortas, años mas rápidos. Lo de “que la vida son dos días” pero trágicos.
Números, lo dicen y lo quitan todo. Sobretodo quitan. Mi plaza de garaje es la doscientos nueve, no sé si querrá decir algo. Conté los pasos desde la entrada hasta el coche y rondan los ciento cuarenta. Nada que ver.
Me crié entre el número treinta y uno de Juan Santos y el trece de San Isidro, mayormente en el trece, toda la infancia, menos mal que no creo en la numerología.
Podría estar hablando de todas las clases y claves de números que he visto y vivido en mi vida, pero eso no tiene peso alguno, sólo las unidades físicas, de las que dependemos, valen la pena.
Cantidad, ahí si que nos jugamos el pellejo. Pobre de mis números. Mis números son de sangre, no por la unión familiar ni poder vitalicio, sino por el color intenso. Mis números son rojos.

Las prisas no traen nada bueno, algo me falta.