viernes, 7 de enero de 2011

Extracto de "Sentidos".

Pobre de mis oidos, podrían estar limpios de cera, pero cochambrosos de palabrejas que entran por uno, y salen por la boca, en forma de antipatía. No lo voy hacer, me es ecuánime, (esta palabra la aprendí hace años y esta es la primera ves que le daré un uso ejemplar, pese a que no sea el correcto ni apropiado, pues mi opinión me lleva mas haya de la indiferencia) si no lo hago no moriré mañana, creo que, hay causas como para plagar un cerebro de ellas y si lo hago tampoco viviré más años, lo cual me alegra no tener que existir tanto. Existir, es lo último que se hace en la vida, después de vivir, porque vivir, tanto como vida en sí como palabra, están muy sobrevaloradas, y junto con los prejuicios, están a la orden del día.

Pasos de farolas.

En esos momentos de vigilia, donde la única luz se transmite de un cuerpo no luminiscente, cualquier ruido puede convertirse en una orquesta; el pisar de los pies, el gabinete del ascensor, el televisor del vecino, la puerta del portón, la entrada y salida de molestosos coches, las continuas voces del resto de la gente, que pasan la tarde en el bar de enfrente: Los individuos que no vuelven a sus casas. Quizás estas aceras mugrientas de la falta de limpieza,(algo que es propio en un barrio donde los vecinos tienen un sucio nivel de economía) son, su estancia.

Distracciones exactas.

Entré, y me acomodé de la forma que no me incitaron a hacer, como si fuese el individuo que cargaba con más años a la espalda, pero era todo lo contrario, no obstante si acarreaba otro tipo de años, años con más días de los que vemos pasar. A los cinco minutos en el interior y de intensa y sincera charla desconecté cerebral y audiovisualmente al asunto cuando fijé la mirada en las lustres vistas de la ventana, que no era más que otro par de ventanas del edificio (donde probablemente habría otras personas en mi caso que miraban fuera, ojeando otros interiores de los ventanales y pensarían lo mismo que yo, como pasa en la carretera, en el barrio, el supermercado y otros tantos sitios) y un patio privado para las palomas, pues en ninguna de mis visitas desde la infancia a otras salas con cristalera al patio, había visto siquiera una persona pisar la zona, ni de alguna empresa de mantenimiento para arreglar un casual desperfecto.
Manteniendo al hilo el interés, las losetas del suelo fueron el final de cualquier posible atención a la conversación. Las recontaba una y otra vez figurando las que estaban tapadas por trastos, muebles de oficina y mesas-despacho. Calculaba el número de losetas necesarias de una medida mayor, menor, diferente forma geométrica, y eso que no sé mucho de matemáticas, aunque no estoy seguro si esto es un problema matemático.
Después de una prolongada mañana salí, desconcertado de las horas pasadas dentro. Nada de lo que veía era cierto, nada de lo que sentía era real, excepto la confusión, evocada por la extrapolación a un mundo paralelo de mi percepción.
Así cuando me pregunten sobre el encuentro diré algunas palabras más aparte de no sé y similitudes escasas de contenido, pero estaré satisfecho. Puede salir en el telepronter todo lo que le sea posible, que yo conozco las líneas exactas.