lunes, 25 de abril de 2011

Purificación intrínseca.

Vale, es verdad, el gran porcentaje de sujetos que nos quejamos hipocondríacamente de “nuestras vidas” (no es nuestro ni el nombre) seriamos el sueño, si no desconociesen fuera de sus fronteras, de quien realmente no vive.
Conozco una señora cuarentona, que se cree todavía universitaria (la Sra. Corte inglés la llamo yo, y mi madre) que rondó el año y medio de baja por stress. Según ella tenía un severo problema, codificado entre palabreos, y es que un compañero de trabajo se aplicaba más por la empresa y en los métodos. Vamos, que a fin de cuentas, trabajaba más sin que le dijesen nada, lo que es responsabilidad. Para mi que el único “problema” que tuvo, siendo tan tiquismiquis y creyendo ser descendiente de la sangre real, es que no le gustaba la ropa de temporada. No iba mal encaminado yo.
Acabaron por cambiarla de oficina, y se le quitó toda la etapa menopáusica por la que pasó. Ahora se creía la jefa de todos los metros cúbicos donde ejercía, contando hasta la sala de dirección. Valla problema, por favor, es un hándicap social la convivencia, pero social.
A veces me pregunto como llamarán los altos cargos a los países no pobres, ni tercer mundistas, que sólo hay uno que habitemos, ni subdesarrollados, sino, a los desgraciados totalmente e ignorados, como las tierras más cercanas.
Si la convivencia vecinal puede ser un problema, o no encontrar parking en la ciudad (cierto que a veces es agobiante), morir por desnutrición tiene que ser una enfermedad sin cura y contagiosa, como la que han desarrollado en gran proceso hace unos años con nombre de población humana abandonada, que sabemos cual es, pero no nombro por respeto a mis más cercanas compañías.
La ignorancia, eso si que no tiene cura, y se contagia por el aire. Avisados estáis de comunicaros con los infectados, acabaréis sin ver lo que hay delante y amargados por madrugar, no tener un móvil de última generación o por quitar vuestra serie favorita de la televisión. Desagradecidos.