martes, 2 de septiembre de 2014

Vida

No sé en qué idioma le habla a mi corazón, pero cuando lo hace,  me invade una sensación en el pecho indescriptible; como ver Saturno o emular el olor de un libro. 
Pasé tardes de mi vida con la rutina de comprar cervezas, bajar al parque y dejarnos llevar hasta que no hubiese almas en la calle. Ahora, ver sus ojos es lo que hago dejándome llevar por mi propio espacio-tiempo. Dependo de ellos para mi bienestar como un niño alimentarse en el vientre de su madre. Equilibra mi balanza, que siempre tendió a torcer al sitio equivocado (he vivido tanto con ello que me he acostumbrado). Es el primer rayo de Sol, o el último, que deja un brillo eterno en la Luna. Mi luna en el cielo con luz propia.
Vendí mi alma al diablo y ahora tengo dos tronos de oro en cada hombro, para cada demonio, pero se han quedado vacíos. Una noche cerré los ojos y me dije: si esto es real, si sientes el hilo de tu dedo, es que renacer es posible, porque tu alma está conectada a otra persona, y la negociación dejaba claro que sólo era un billete de ida. Supongo que el dinero mueve el mundo, pero el amor expande el universo, y no podría desear otro ser sin alma. Gracias universo por devolvérmela. Gracias universo por enviarme este regalo, sacado de la mismísima mitología griega. Mi Afrodita.
Sólo pienso en esa sonrisa de arco iris que me deja de piedra. Darle el amor que ya no me cabe, porque es suyo. Hacerle el amor como animales en plena naturaleza, fuerte y suave, sobretodo suave, mirándola a los ojos, diciéndola lo que no puedo decir, con su mano en mi pecho.
Quiero convertir su impecable sonrisa en atardeceres de primavera y que el brillo de sus maravillosos ojos haga brillar Venus.
Quiero que hacerle el amor sea mi rutina.

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